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Mis tíos me han llevado a la selva. No solo a mí, también a Martín y a la abuela.
El camino sigue ahí, donde siempre ha estado. Un camino no se mueve así como así. Te mueves tú y tu forma de mirarlo.
Hasta entonces nunca me habían interesado las historias de piratas; quizá pensar en calaveras, patas de palo y espadas se me hacía muy lejano, además parecían más bien cosas de chicos, y no de chicas. Solo el mar, aquella extensión tan grande de agua, llamaba mi atención. Ver el mar si que era para mí un auténtico tesoro.
Parece que Yago ha encontrado un deporte que le motiva: la pesca. Siendo él como es, nos ha extrañado mucho que un deporte donde reina la quietud, la calma y el silencio, haya conquistado al pequeño.
¡La que se ha liado en mi casa por mi actuación en la guarde!
Voy a tratar de explicaros lo que ha pasado, pero la verdad es que yo, por primera vez, no he sido culpable de nada: andaba a lo mío, intentando bailar con un traje de gato que me habían puesto para la fiesta de la graduación.
Andar. Poner un pie delante de otro. Unas veces más rápido, otras más despacio. Grandes y pequeñas zancadas. Recorrer el camino. Normalmente sin pensar, sin darse uno cuenta de lo que hace. Avanzar o retroceder como un robot, automáticamente.
Ya llega el verano, y con él, el calor, las terracitas, los pantalones cortos, los helados, la playita, las vacaciones, el tinto (de verano)… Pero para Yago… Para Yago llegan esos terribles bichos que zumban y te sobrevuelan y se posan en cualquier sitio: la cuchara de Martín, el brazo de mamá, el pelo de la abuela, la sopa de papá, la ventana de la cocina… Para Yago llegan… ¡¡¡LAS MOSCAS!!!
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