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Egoísmos

A la pata del jamón se le veía el hueso; no es que asomara, era que ya no había jamón tras el que esconderse.

Cuando hice la pregunta pertinente sobre quién se había lanzado con aquel ímpetu sobre el jamón, nadie se dio por aludido, y aquello me enfadó todavía más. ¡Panda de cobardes! Alguien había dado buena cuenta del jamón que mi madre había comprado, dejando para mi enfado un hueso mondo y lirondo.

Habíamos tenido una fiesta familiar. Mis hermanos con sus hijos y parejas habían venido a celebrar la llegada del verano. Nos reunimos en la terraza para charlar antes de que cada uno emprendiera sus merecidas vacaciones.

Mi madre, como siempre, había hecho cena para todos: tortillas, morcillas, ensaladas, empanadas, fritos y embutidos. Recuerdo haber comido varias clases de queso, pero no recuerdo haber probado el jamón. Le pregunté a mis hijos si habían comido jamón en casa de su abuela, pero no pusieron mucho interés y simplemente se limitaron a decir que comieron de todo lo que había, sin especificar nada. Quise insistir, pero solo obtuve varios ¡pesada! como respuesta.

Sin embargo, el hueso relucía. Pensé en el abusón de mi hermano mayor, con cuatro hijos y un sueldo medio, siempre andaba rapiñando por todos los lados para poder sacar algo. Era el que más visitaba a mi madre, pero estoy convencida de que lo hacía para llevarse la mayor parte de la cosecha que mis padres sacaban de la huerta. Pero no quedaba la cosa ahí, siempre que podía cogía el coche de mi padre para sus viajes. Los niños, que nunca tenían para chuches, venían a ver a sus abuelos todas las semanas para pedirles la paga.

Pero esta vez, le había visto irse de la cena el primero, con toda su tropa, y juro que no se llevaba ninguna bolsa. Es más, se dejó olvidada una botella de vino que mi hermano, el pequeño, le había traído de un viaje de fin de semana que había hecho a Aranda de Duero.

Mi hermano pequeño era muy generoso. Es verdad que estaba soltero, que no tenía niños y que ganaba un pastón en la empresa informática que había montado con un compañero suyo de la facultad. Pero lo mismo que ganaba, gastaba, aunque fuera en regalos para los demás, y a final de mes andaba autoinvitándose a comer en casa de cualquiera que le acogiese, y siempre quería llevarse las sobras.

Mi hermana, la que va por debajo de mí, sigue en casa de mis padres. Se encarga de ellos y los cuida, pero ayudarlos en las tareas domésticas, los ayuda poco. No sabe lo que es encender un fuego, y si mis padres se van al pueblo, ella empieza una dieta a base de bocadillos, latillas y ensaladas que dura hasta que deciden volver, hasta que ella se va al pueblo con ellos, o hasta que decide que ya es hora de que vuelvan ¡Porque lo decide ella! ¡Es así de lista!

Mi hermano mellizo no tiene familia numerosa, aunque tenga cuatro hijos. Él dice que lo que tiene son dos familias: dos hijos con su primera esposa y otros dos con la segunda, aunque ninguna de las dos forme parte ya de nuestra familia. Mi hermano cambia de esposa como yo de pantalones. Cualquier día de estos decide volverse a casar: está convencido de que a la tercera va la vencida. También es muy aficionado a decir que no hay quinto malo, así que podemos esperar cualquier cosa.

Los cuatro hijos de mi mellizo son obesos. Siempre he pensado que para tenerles entretenidos, mi hermano les atiborra de comida. En sus cortas vidas, conocen más restaurantes que yo. Si jugásemos a decir nombres de cocineros famosos, ellos ganarían el concurso con diferencia. Además, son muy sibaritas. Los niños no quieren jamón serrano, tiene que ser jamón ibérico. ¡Con el hueso del jamón les daba yo!

Hoy, como he salido antes del trabajo, he decidido pasarme por casa de mis padres. Mi madre estaba entretenida tratando de serrar el jamón para hechar un hueso en unas lentejas que iba a cocinar. He empezado a decirle que me parecía muy feo lo que había pasado con el jamón, que vaya hermanos que tengo, que qué poco respecto tienen y cuánto morro. Mi madre me ha mirado extrañada y me ha preguntado si me pasaba algo con mis hermanos.

-Lo digo por el jamón.

-¿Qué jamón? – preguntó mi madre.

-¡Cuál va a ser! ¡El que estás serrando!

-¿Qué pasa con el jamón? Me lo ha regalado el charcutero, dice que le había salido malo y que había tenido que tirar el jamón, y que solo se podía aprovechar el hueso para hacer caldo. Como me conoce de toda la vida y coincidió que le pedí huesos, me lo regaló.

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