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donde ponen que hay que hacer para que la coliflor no huela a pedo, pero la abuela dice que la deje de tonterías de “youtubes”, que los youtubes esos son muy listos, que saben de todo.
Después de un rato a Martín y a mí nos duele mucho la nariz, se nos ha puesto toda colorada y no nos queda más remedio que quitarnos la pinza. ¡A oler a pedo toca! ¡Qué asco! Y luego si nos tiramos nosotros pedos, nos riñen. Y si la coliflor estuviese buena, pero ¡ni eso! Menos mal que al menos cuando la comes (porque según mi abuela hay que saber comer de todo) no sabe como huele porque si no vomitaría en la mesa y me ganaría una buena bronca.
A Martín se le ha ocurrido una idea. Dice que le acompañe al baño y que si nos echamos colonia oleremos la colonia y no a coliflor cocida. Revolvemos en las estanterías. Él se ha echado de un frasco que se llama “El Ganso” que le había regalado la tía para que huela bien cuando quede con sus amigos. Como a mí la tía no me ha regalado nada le he cogido uno a papá que se llama “Armani”. Martín se ha echado dos veces, una en cada brazo, y otra en el cuello, pero yo sigo oliendo a coliflor así que se echa otra vez. Yo me pongo del Armani cuatro veces también. También echamos por el baño de un bote que se llama Carolina que es de mi abuela. Ahora parece que ya no huele a coliflor, aunque no sé muy bien a qué huele.
Entonces llaman a la puerta. Es mi papá que dice que se hace pis, que le dejemos entrar, que qué estamos haciendo los dos con la puerta cerrada si ya nos hemos duchado hoy. Yo decido abrir la puerta para dejar pasar a papá, pero reconozco que ha sido una mala idea.
– ¿A qué huele? ¿Qué os habéis echado? Menudo tufo. Me vais a gastar el perfume y anda que son baratas las colonias.
– ¿A qué ya no huele a coliflor? –le dije yo.
– No, a coliflor no, pero aquí no se puede ni respirar. ¿Os habéis echado todo el bote o qué?
– No papá. Solo cuatros veces cada uno. Y un poco por el suelo.
– Anda, salid de aquí. Id a que os huela mamá.
Cuando entramos en la cocina la abu dice que vaya peste que echamos. Se ve que a ella le gusta más el olor a coliflor. Entonces llega mi tía estornudando.
– ¿Qué habéis hecho? Aquí no se puede respirar, solo hago que estornudar y estornudar, se me caen los mocos.
– ¡Pues límpiate y ya está!
Entonces viene mamá.
– ¡Vaya olores! ¿No sabéis que con un poquito basta, que luego huele mucho? ¡Ala, a la calle a ver qué os dicen vuestros amigos! Si es que se quieren arrimar a vosotros.
Al final, lo hemos conseguido, ya nadie decía que olía a coliflor. De mayor, voy a ser youtuber
Como ya sé leer bien, soy capaz de leer mis propias historias y me he reído mucho. Bueno, no con todas, algunas no me hacen mucha gracia; la de la cárcel me sigue dando miedo. Lo que ya no me da miedo es el dragón de mi tío.
Creo que me engañaba y que nunca lo vio, igual es que ni existe. ¿Qué cuál es mi favorita? La que cuenta que mi hermano tiene el culo pequeño y hace caca grande, pero ahora tengo que contaros otras historias que me han pasado en este tiempo.
Mi hermano Martín se ha hecho mayor. Es más grande (su culo también, supongo, porque yo se lo veo igual que siempre). Tan grande que tiene móvil, un móvil para él. Ya no tiene que arreglárselas para quitárselo a mi papá o a mi mamá, ni para saber el dibujo que tiene que poner para poder utilizarlo, ni tener que estar diciendo a todas horas que me voy a portar bien, que voy a estudiar, que no estaré más que un ratito, que no jugaré al fútbol dentro de casa, que recogeré mis calcetines, que no iré descalzo… ¡Uf! Es que a veces hay que prometer muchas cosas para poder ver Youtube.
¡Que me pierdo! Digo que mi hermano Martín se ha hecho mayor. Tan mayor que ya va al instituto, que ya no viene conmigo al cole. Y además va el solo. SOLO. Yo no sé lo que les ha pasado a mis papás en este tiempo, pero ahora le dejan que vaya SOLO. ¡Qué padres tengo! ¡No acompañan a mi hermano al cole, perdón, se dice al Insti! ¡Se han vuelto unos irresponsables! ¡Antes no podíamos ir solos ni a hacer pis y ahora le dejan que vaya SOLO al cole, perdón al Insti ¡Cualquier día le pasa algo y tenemos cantares (que no sé muy bien que significa esto, pero es lo que le dice mi mamá a mi papá, porque mi mamá todavía a veces piensa que Martín es pequeño para ir SOLO al cole, perdón, al Insti, aunque luego le deja ir)!
Mi hermano Martín ya queda con sus amigos. Diréis que yo también, pero os diré que queda SOLO con sus amigos. Vamos, que ya no quedamos todos como antes y vamos al Moesia y allí están todos. No. Mis papás y yo vamos (aunque por culpa de un virus vamos mucho menos pero eso es otra historia que os contaré otro día) pero Martín se va al centro con sus amigos. ¡Y a saber qué harán! Esto lo dice mi mamá y no hace más que preguntárselo una y otra vez; pues si quiere saberlo que le acompañe, ¡digo yo! Ya veis, en algunas cosas sigue tan pesada como antes, aunque Martín no le hace mucho caso.
A mi abuela le ha pasado al contrario que Martín. Antes iba ella sola a los sitios y ahora hay que acompañarla. Que si tienes que llevar a la abuela a misa, que si tienes que ir a recoger a la abuela de misa, que si acompañas a la abuela a ver a sus amigas, que si vete con la abuela a por el pescado y la ayudas a traer la bolsa… Pero si la abuela sabe ir sola a los sitios mejor que yo, ¡qué pesados! Eso sí, va dando unos pasitos tan pequeñitos que ir a misa nos dura casi, casi como ir a Palencia.
Cuando voy con ella a misa, la dejo que me coja del brazo, pero solo para ver si corre más y llegamos antes, porque cuando llegamos la dejo allí con sus amigas y entonces sí que corro pero para volverme a casa. A veces, llevo también a la tía Nila, y me cogen cada una de un brazo y casi no me dejan ni andar. Una de un brazo y otra del otro, hacen fuerza y me van inclinando hacia los lados y acabamos haciendo curvas en vez de ir recto, y eso que yo las aviso de que no hay que ir para los lados, que tardamos más en llegar.
Cuando llegamos a la iglesia, todas las amigas de mi abuela me empiezan a decir cosas, pero yo intento irme nada más llegar porque, si no, no paran de hablarme y de decirme que tengo que entrar, y yo no quiero ir a los sitios donde tienes que estar callado y sin moverte. Me voy rápido, rápido porque tampoco quiero ver al cura, que ese señor también me pregunta un montón de cosas y también quiere que entre en misa y que le ayude. Lo que me faltaba, ayudar a mi abuela, ayudar a mi tía Nila y ayudar al cura. ¡Yo solo tengo dos brazos! Solo quiero irme a casa para ver qué hace Martín.
]]>El hombre está sentado en un vagón del metro. Podemos oír los sonidos típicos aquí: dos personas hablando a su lado, el chirriar de las ruedas, el traqueteo de los vagones. Mientras, su mirada está posada en un punto entre el asiento de enfrente y el suelo.
Nuestro hombre ahora está en el parque. Está recostado en un banco y fumando. Mira hacia arriba y contempla el humo de su cigarrillo. El sol se está poniendo y en el parque reina una melodía formada por las risas y los chillidos de los niños jugando, el canto de los pájaros y el murmullo del agua manando de las fuentes.
Es de noche y el hombre introduce una llave dentro de una cerradura. La gira, abre una puerta y entra en una casa. Una mujer está sentada en un sofá con un bebé dormido en sus brazos.
-Llegas tarde, cariño- Dice la mujer.
-Lo siento, pero hay mucho lío en la oficina. La compañía está en una situación delicada- Responde el hombre.
-No te preocupes. Voy a llevar a Tommy a la cama. Estoy cansada.
-Muy bien. Yo voy a la cocina a comer algo.
El hombre está terminando de subir unas escaleras y llega a un pasillo. Ahí abre una puerta lentamente y mira al bebé durmiendo en una cuna. La luz de la luna, que pasa a través de una ventana con la persiana medio bajada, lo ilumina. El hombre cierra la puerta. Camina hacia otra habitación y abre la puerta. Se desviste y se mete en una cama. Se tiende boca arriba al lado de la mujer. Puede sentir su respiración. Los ojos del hombre están abiertos y fijos en el techo.
Un nuevo día. El hombre está conduciendo. Dirige la mirada al espejo retrovisor del coche y contempla al bebé sentado en su sillita. Al poco tiempo aparca el coche y para el motor. Coloca al bebé en su carrito y lo lleva hacia la entrada de una guardería. Antes de entrar se coloca de rodillas enfrente del bebé y le besa. –Adiós, Tommy- Dice.
El hombre conduce ahora por una carretera de montaña. De vez en cuando, continúa posando sus ojos en el espejo retrovisor en la misma dirección de antes. Instantes después para el coche. Se baja y mira a su alrededor. Está solo en un pequeño aparcamiento de montaña. Domina el silencio. El hombre sonríe con tristeza.
Ahora está sentado encima de una roca que se levanta en el borde de un precipicio. Está mirando el río que atraviesa el estrecho valle verde que se extiende varios cientos de metros debajo de él. Hay algunos picos nevados a su espalda. El cielo está totalmente azul y el sol brilla con intensidad. Se puede escuchar el silbido del viento y el discurrir de los arroyos. El hombre mete su mano en un bolsillo y saca una pequeña caja. La abre. Hay tres pastillas dentro. Las coge y posa la caja encima de la roca. Alcanza una botella de agua con la otra mano. De repente, escucha el graznido de un ave. Transmite desesperación. Parece provenir de un polluelo que se halla algunos metros debajo de la roca donde el hombre permanece. Pocos segundos después, divisa un gran pájaro dirigiéndose hacia ese lugar. Este pájaro desaparece debajo de él y el graznido cesa. El hombre contempla el horizonte.
El hombre abre la puerta del coche y entra. Empieza a conducir y detiene la mirada en el retrovisor. Llora.
]]>Le llevé a la cama y, como cada día, con la ayuda del asistente, le acostamos. Tuve mis dudas sobre si habría escuchado la última frase. Tendría que recordarla para saber por dónde continuar al día siguiente. No me sería difícil. Aquella frase, como tantas otras, me conducía a preguntarme qué clase de kryptonita había sido capaz de fabricar mi cuerpo hace nueve años.
]]>A pesar de sus temblores, cortó la tarta: cada año más trozos, cada vez más pequeños. Quería que hubiese para todos; eran muchos, demasiados: sus hermanos, sus padres, sus abuelos, sus amigos… se acordó especialmente de su mujer y de los hijos que no pudieron tener. Hubo un trozo, también, para ellos.
]]>Total, pues que no vayan, nos quedamos en casa todos. ¡Mucho mejor! Y si no tenemos para comer, pues comemos donde la abuela, que siempre tiene la comida hecha y siempre con… ¡patatas fritas!
En la escuela, la seño todo el día está diciendo que si dibuja un círculo, que lo rellenes de color y no te salgas, que si qué figura es más grande, que si de qué color has pintado el cielo, que si vamos a leer algunas palabras… Yo ya quiero dejar de hacer círculos y leer como mi mamá, no solo palabras; así, rápido, toda la página y pasar las hojas.
Pero hoy, hoy, he estudiado cosas de mayores. Hoy hemos hablado de Einstein. ¡Ya sé quién es Einstein! Os lo voy a decir por si alguno no le conoce o no sabe nada de él. Es un señor que se llama Albert -no hay que decir Alberto, que la seño se enfada-, al que le gustaba mucho salir a la calle en zapatillas de estar en casa. Si yo salgo en zapatillas de estar en casa a la calle, mi mamá ya estaría riñéndome, pero parece que a Albert Einstein, su mamá le dejaba. También le gustaban mucho las camisetas viejas y rotas, y no quería tener camisetas nuevas –en esto se parece a mi tío David-. Además se peinaba poco y se había dejado un bigote grande con muchos pelos que se le metían en la boca cuando comía. ¡Qué asco!
Así que en la comida pregunté a mi hermano Martín si sabía quién era Einstein y me dijo que no. Me preguntó si jugaba al fútbol y yo le dije que eso no lo sabía. Aun así a Martín le picó la curiosidad y decidió preguntar a mamá sobre Einstein. Mamá me miró y me dijo que si conocía más cosas del señor Einstein, podía contárselas a Martín para que las aprendiera porque Martín no había dado en clase nada sobre él( y eso que mi hermano ya está en tercero).
Empecé a sentirme importante: casi, casi como Albert Einstein. Y dije:
– ¡Albert Einstein descubrió los átomos! -lo dije chillando-.
A mi mamá le dio la risa, mi papá se quedó muy sorprendido, Martín cada vez entendía menos y yo seguí:
– Muchos, muchos, muchos átomos.
Martín preguntó que qué eran los átomos a mamá, y mamá me pidió que se lo explicara.
– Son pequeños, muy pequeños.
Martín ya se estaba empezando a impacientar, así que decidí seguir:
– Los átomos están en todos los sitios, por todos los lados y son pequeños. Por ejemplo, cuando te peinas para ir al cole por las mañanas hay átomos en tu pelo, en el pelo de papá y en el pelo de mamá (en el de mamá debe haber muchísimos más porque lo tiene más largo que nosotros).
Martín se tocó el pelo y yo, a lo mío:
– No hay que confundir los átomos con los piojos (que son unos bichos, también pequeños, que a veces tienes en el pelo y que hacen que tus papás te peinen mucho, mucho rato y nunca acaben). Además, cuando hay piojos en la escuela, la seño siempre me da un papel para mis papás. Se ve que cuando vienen a la escuela los piojos, los papás tienen que estar enterados.
Martín dijo que qué asco, mamá dijo que dejase ya los piojos y que siguiera contando lo que eran los átomos.
Entonces volví a hablar yo:
– Los átomos también están en el peine, en la mesa del cole, en la plastilina y hasta en las fichas que hemos hecho en el cole. (No me atreví a decir que también en los macarrones que nos estábamos comiendo porque no estaba seguro, y porque además si estaban en los macarrones y yo me los estaba comiendo también me estaba comiendo átomos, y eso no me hacía mucha gracia).
Martín preguntó si los átomos se daban en Cono, y mamá dijo que se dan en Física que es una asignatura de mayores.
Yo seguí:
– Los átomos se mueven mucho, corren muy deprisa, nunca se paran.
Martín se empezó a aburrir, dejó de hacerme caso y se comió todo muy rápido para irse a ver los dibus al salón. Y yo, que ya había contado todo lo que sabía de Albert y de los átomos, también me fui al salón.
Pero sucedió que al día siguiente, cuando nos estábamos arreglando para ir al cole, mi hermano me preguntó, enseñándome el peine, si veía algún átomo: estuvimos un buen rato mirando el peine, pero no veíamos nada… ¡ni siquiera piojos! Hasta que vino papá chillando porque íbamos a llegar tarde a clase.
Desde entonces, cada día que Martín y yo nos peinamos, intentamos ver los átomos, pero hasta ahora no lo hemos conseguido. Se ve que como se mueven mucho y muy deprisa se esconden.
]]>Tu sí, pero yo no. Ya no creo ni el amor filial. Ya he tenido bastante. Así que, te aviso: la próxima vez que te separes, porque estoy segura de que habrá próxima vez, no tendrás ni mi puerta abierta, ni convertirás mi casa en una guardería. Te lo digo ahora, en vísperas de tu nuevo enlace. Te irás con tu padre y con su quinta esposa. ¿O será la sexta?
]]>Es todo un misterio misterioso (como el gato del módulo de atletismo). Parece que Martín se las pidió a una chica de su clase que se llama Naira y la chica de su clase le dijo que no, pero al final se las debió de dar porque mi mamá va contando que a Martín las chicas ya le han dado calabazas.
El caso es que si le pregunto a mi hermano dónde están las calabazas se pone rojo y empieza a decirme que le deje en paz o a tirarme las almohadas del sofá o de la cama, o la ropa que mi mamá tiene para planchar (¡ojo! no confundir con la ropa planchada porque se armaría un buen lío, mamá chillaría y ni Martín ni yo queremos que mamá chille).
Como yo lo que quiero es ver las calabazas, no le dejo en paz, empezamos a pelearnos y ya con la pelea se me olvidan las calabazas… hasta que después de un rato me vuelvo a acordar y voy otra vez a preguntar y se vuelve a poner rojo… Al final Martín me dijo que él no había pedido calabazas a nadie, y que un amigo suyo, Alejandro, se lo había inventado todo. Yo sigo pensando que sí que hay, sobre todo porque le oí a mi mamá contárselo a mi tía Rebe por teléfono.
Así que me decidí y le pregunté a mamá si sabía dónde estaban las calabazas. Mamá me contestó que qué calabazas y que para qué quería yo calabazas, si las necesitaba para algún trabajo del cole. Le dije a mi mamá que solo quería ver las calabazas que Nadia le había dado a Martín porque él no me dejaba verlas. Entonces mi mamá empezó a reírse mucho. Y ahora mi mamá ha cambiado la versión de que a mi hermano le han dado calabazas por la versión de que Yago va buscando por casa las calabazas que le han dado a Martín.
Y yo sigo sin ver las calabazas. ¡Qué familia!
Ni las calabazas, ni el gato del módulo de atletismo. No sé si os he dicho que mi mamá me lleva a atletismo. No se conforma con llevarme a la piscina, también me lleva a las pistas a correr. He pensado que quiere que adelgace (aunque viniendo de mi mamá, que siempre está diciendo que coma y que coma, no me cuadra mucho), o que quiere tenerme entretenido, o quiere tener un superdeportista en casa. No tengo claro todavía lo que espera mi mamá de mí.
Pues eso, que mi mamá me lleva a atletismo. Y allí, tengo una profe que se llama Monitora que cuando hace frío nos mete en un módulo para que no cojamos ni catarro ni anginas.
Yo siempre quiero que Monitora nos lleve al módulo porque nos ha dicho que dentro hay un gato, aunque nunca lo he visto. ¡Lo mismo que con las calabazas! He buscado al gato por todo el gimnasio, pero nada. Se debe de escapar por algún agujero secreto que no he descubierto, y nuestra monitora no se da cuenta. La profe (la profe, no, la monitora) siempre dice: “Cierra la puerta que se escapa el gato”, pero cuando lo dice ya se ha escapado. Menos mal que no se enfada mucho.
He pensado que el próximo día voy a decir a mi mamá que me lleve más pronto al módulo a ver si veo de una vez al gato.
]]>¡Pensé que me llevaban a la cárcel! He llorado un montón, quería irme a casa de la abuela, incluso no quise comer y solo pensaba en ir a la cama. No quería hablar con nadie ni ver a nadie. Si fuera mayor, podría decir que casi me cago de miedo, pero como el tema del pis y las cacas todavía me trae problemas, mejor no lo digo, no sea que encima mi madre me riña y empecemos con otro tema.
La verdad es que no sé muy bien qué ha pasado. Solo sé que estábamos jugando en en el teleclub y un señor empezó a reñirme y a decirme que iba a llamar a los guardias de Carrión para que me llevaran a la cárcel. Decía que yo era un niño malo y que los niños malos acaban en el cuartelillo (que no sé lo que es pero da mucho miedo) Me llamó hasta demonio de niño. Y eso que yo, ¡yo solo me había puesto una gorra en el teleclub que resultó ser de ese señor! ¡Yo no quería quitarle la gorra, ni siquiera sabía que era de él!
Si habéis leído cuentos, sabréis cómo son los ogros, ¿no? Enormes, peludos, feos y con dientes sucios. Pues este señor tenía cara de ogro. Empezó a mirarme mal, como cuando los ogros se quieren comer a los niños, a hablarme alto y a decirme que iba a llamar a los guardias para que se llevaran al ladrón. Hubo un momento en que pensé que me iba a coger por el brazo y me iba a llevar arrastrando. O peor aún, llegué a pensar que me cogía del brazo para comerme…
¡Y resultó que el ladrón era yo, y yo no me había dado cuenta! El señor siguió riñéndome y mi mamá no me defendía y Martín estaba callado, muy callado y me miraba con cara de mucha pena y algo de miedo. A Martín, como a mí, también le dan miedo los ogros.
Entonces yo quise irme a casa de la abuela. El ogro decía que no podía irme, que tenía que esperar a que llegara el coche de la policía y les dijera lo que había hecho. ¡Si yo no había hecho nada! Yo ya estaba muy nervioso y casi, casi lloraba, empecé a dar patadas, puñetazos y a moverme muy rápido (incluso pensé en escupir al ogro para que me soltara, pero me lo pensé mejor porque mi mamá me riñe mucho cuando escupo). Al final conseguí soltarme y le llamé tonto y muy tonto pero en bajito porque no quería que me oyera para que no se enfadara más. Salí pitando antes de que viniera la poli.
Cuando entré en casa mi abuela, me preguntó que qué me pasaba, que por qué estaba rojo y llorando. Yo solo decía que me quería ir a la cama. La abuela pensó que ya me había puesto enfermo y que teníamos que ir al médico, pero mi mamá le dijo que yo no estaba enfermo, solo que estaba muy preocupado porque seguramente vendría la guardia civil para llevarme a la cárcel de Carrión o a la de Palencia porque le había robado la gorra a un señor del teleclub. ¡Lo de la gorra era mentira y mi mamá se lo había creído!
Entonces, empecé a decirle a la abuela que yo no había hecho nada malo (no había pegado a nadie, ni le había quitado las aceitunas a los mayores, ni había comido los gusanitos que se había comido al suelo, ni había tirado al suelo el vaso de acuarius, ni había apagado y ni encendido la luz, no había llamado tonto a nadie…), que yo solo me había puesto una gorra que había visto en el teleclub. Y, de repente, sucedió que llamaron a la puerta de la calle y mamá dijo:
-Los guardias.
Entonces empecé a llorar como no he llorado en mi vida (creo que hice un charco en el pasillo de la abuela que tuvo que limpiarlo con la fregona) y a decir que yo no me quería ir de casa de la abuela, que yo no quería ver a los guardias y que no abrieran la puerta. Y me agarré con mucha fuerza a mi abuela hasta que mi abuela.
Menos mal que cuando abrieron la puerta no había nadie: ni guardias ni policías.
Para entonces yo ya me había ido solito a la cama y había cerrado los ojos muy fuerte para dormirme muy pronto y poder olvidarme de todo. Y cuando me estaba durmiendo, vino Martín y me dio un beso y me dijo en bajito que él no iba a abrir la puerta a nadie.
]]>A ellos les gusta la vida tranquila: ver la tele (pero no Clan), sentarse en el sofá o en el jardín con un libro, y hablar. ¡Lo de explorar es cosa mía! Dicen que no saben a quién he salido, y sospechan que igual a un primo de mi mamá que se llama Rubén y que era muy malo y muy pegón.
Os voy a contar un descubrimiento que he hecho yo solito: en la cochera de la casa de la abuela, en la más grande, además del portón de entrada, hay una puerta que no te lleva ni al jardín, ni a la era, ni a otra habitación, ni a la sala, ni al baño, ni a la calle. Es una puerta que te lleva a la pared, tú la abres y hay… ¡una pared! Es increíble: una pared.
Hasta hace poquito no me había dado cuenta. Yo siempre entraba y salía para coger el caballo, el camión de bomberos, la bicicleta o los carritos de Teo, pero hace unos días descubrí que había una puerta. Se lo dije a Martín, pero mi hermano está muy ocupado con la PSP y con el fútbol, y no me hizo caso. Así que decidí, en secreto, ir a explorar yo solo. Mi mamá dice que me va a comprar un gorro y un látigo como el que lleva un señor muy famoso que por lo visto se llama Indiana (tiene nombre de niña ¡qué raro!).
El caso es que yo quería abrir la puerta que había descubierto. Y claro, hay que tener llaves para abrir. Y resultó que las llaves estaban puestas. ¡Qué suerte! Moví las llaves para un lado o para otro, da igual, lo importante es que se abriera la puerta. Estaba muy duro y me estaba empezando a desesperar porque no podía.
Se me ocurrió tirar muy fuerte de la puerta, y sucedió una cosa muy rara. La puerta no se abrió, pero se movió, y ¡menos mal que estaba el coche de mi papá! ¡Se cayó la puerta! Nunca me había pasado antes. La verdad, es que me puse un poco nervioso porque hizo un ruido muy grande cuando cayó encima del coche. Y fue entonces cuando, con el ruido, vino mi papá y me miró con una cara muy rara. Llegó también mi mamá y luego mi abuela, y también pusieron caras raras. Al final, pasó lo de siempre: “que si no te puedes estar quieto ni un segundo, que si siempre tienes que estar liando alguna, que si has roto el coche de papá, que si te podías haber hecho mucho daño, que si…” Ala, otra vez castigado, aunque esta vez me enfadé mucho: encuentro una puerta que te lleva a una pared en vez de a la calle, se cae la puerta en vez de abrirse y encima la culpa es mía.
Ahora ya han pasado unos días y no estoy castigado pero mi papá sigue un poco enfadado porque dice que va a perder una tarde en llevar el coche al taller porque así de abollado no lo podemos llevar a las vacaciones, pero yo estoy muy contento porque he descubierto que era una puerta secreta. Creo que es la puerta por la que entra el dragón a dormir en la cochera cuando es invierno. Por eso mi tío ha visto un día al dragón.
]]>Me pongo a ello. Me he comprado pinturas de colores para animarme, las cosas nuevas me reviven. Leo la primera frase, la segunda, la tercera… parece que recuerdo cosas; del cajón de la memoria rescato algunas fechas importantes que nunca debería haber abandonado. Mi memoria se come algunas palabras, pero me alienta saber que no todo está olvidado.
Sigo, avanzo hacia el primer párrafo, el segundo, el tercero… Intento recordar, pero algo me dice que este artículo es nuevo. Lo repito una y otra vez mirando al techo, mirando a la ventana, mirando al suelo. Vuelvo a mirar al papel. ¡Hay un grillo andando sobre mi temario! Se pasea tranquilamente y salta de un artículo a otro; me mira, e incluso me canta: ‘cri,cri,cri’. En el silencio de la biblioteca, el canto de un grillo resuena como si alguien estuviera tirando petardos. Le hago un gesto con el dedo para que se calle.
Alguien estornuda a mi lado, el grillo se asusta y se va. Solo queda la mancha negra en mis apuntes; al boli se le fue la tinta y me dejó un manchurrón al que, otra tarde de biblioteca, le pinté unas líneas a modo de antenas. Me pregunto si tienen antenas los grillos. Lo pienso y me surge otra duda:
– ¿Son negros los grillos o son de color café? ¿Tienen alas? Tendría que mirarlo, pero no tengo tiempo.
Ahora recuerdo que cuando era pequeña tuve un grillo al que metí en una grillera verde y blanca. Lo cacé en la era, llenando su hura de agua. Me costó un ratillo. La primera noche que pasó con nosotros consiguió su libertad porque mi padre no era aficionado a su música.
Vuelvo a ver la mancha y me olvido del grillo. Me desespero porque no avanzo al ritmo que quisiera.
Decido cambiar de asignatura. Paso de la Constitución a la Ley de Procedimiento Administrativo de las Administraciones Públicas. Busco el artículo 35. Curiosamente ‘Artículo 35: Motivación’. Me río yo sola. ¡Motivación! Eso es lo que me falta y por eso veo grillos.
Tengo que avanzar; leer-releer, leer-retener, concentración. Vuelvo a intentarlo. Miro el reloj. Parece que las agujas hayan echado una carrera para ver quién llega antes a la meta. ¡Qué tarde! Me falta tiempo.
En el siguiente artículo también me veo reflejada; ‘artículo 36: forma’… La forma que se me está poniendo pasando todas las tardes sentada en esta biblioteca. Lo de hincar los codos está consiguiendo que me aumente el pandero. Estudiar será muy bueno para prevenir el alzheimer pero estoy engordando progresivamente. Tendría que irme más con la bici…
Justo cuando empiezo a leer el artículo 40 dedicado a la notificación aparece el mismo señor de siempre a notificarme con su frase favorita: ‘Vayan recogiendo, vamos a cerrar’. Yo, cuando apruebe, quiero que me den un puesto como el de este señor.
Pues nada, un día más estudiando la oposición.
]]>Además, el tema del dinero siempre había sido cosa de su Paco, pero ya no ahora.
Con los dedos de una mano no le llegaba, y la otra mano estaba ocupada agarrando la garrota, la que utiliza para apoyarse cada vez que tiene que levantarse de la silla o cuando, con mucha suerte, se encuentra con fuerzas para dar un paseo con las pocas amigas que le quedan.
Sus amigas. Comparten rezos, misas y algunas horas sentadas en un banco de una plaza. Una en silla de ruedas; otra con un aparato que lleva detrás de la oreja que le permite oír alguna frase, pero no todas; otra que se queja de lo poco que ve… Se sientan y se cuentan una y otra vez las mismas cosas, siempre cosas de cuando eran mozas, de cuando vivían en el pueblo, de cuando iban al baile, de cuando no había tantos robos, de cómo han crecido sus nietos, de lo solas que están… Del futuro, simplemente no hablan.
Hoy, sin embargo, para ella ha sido un gran día. Su nieto le había pedido ayuda: necesitaba que le cosiera el bolsillo del pantalón que más le gusta. Ella se ha esmerado mucho, ha cosido lo mejor que sabe y puede, porque su vista ya no es la de antes y su pulso apenas le deja enhebrar la aguja. Su nieto inmediatamente se ha puesto los pantalones y le ha dado un beso.
Ella hace tiempo que ha aceptado que su futuro consiste en esperar que pasen pequeñas cosas como estas para sentirse nuevamente un poquito viva y feliz.
]]>Hoy os voy a explicar cómo juego al fútbol. A mí me gusta coger el balón con la mano, y eso a mi hermano no le gusta nada. Empieza a chillar y mi tío tiene que parar el partido. Yo cojo el balón y me voy corriendo y lo pongo justo delante de la portería y entonces le pego una patada. Como todavía no soy muy bueno a veces fallo y lo tiro fuera o no llega el balón. Otras veces viene Martín corriendo y me quita la pelota enfadado, y mi tío se acerca a decirme que el balón no se coge con la mano, solo se da con el pie.
Cada vez que lo hago, mi hermano chilla y se enfada, y mi tío me dice que ya me ha explicado muchas veces que solo se puede con el pie, pero yo, con el balón en las manos, corro más, llego antes a la portería y Martín no me quita la pelota.
Cuando ya se enfadan mucho y no me dejan cogerlo, empiezo a enfadarme yo y doy patadas a mi hermano y entonces chillan:
– ¡Falta!
Falta significa dar patadas a Martín. Si hago falta se para el juego y dice mi tío:
– ¡Tarjeta!
Y Martín dice:
– ¡Amarilla!
Y… mi mamá dice:
– ¡Eso no se hace, castigado!
Eso lo dice mi mamá, que no sé cómo me ha visto porque no estaba, pero sabe que he pegado una patada a Martín y empieza a reñirme. Mi mamá debió estudiar para agente secreto porque sabe espiar muy bien a la gente.
Entonces tengo que jugar bien: no coger el balón, no pegar patadas, no decir a mi tía Rebe (si está de portera) que se quite… Pero como a mi mamá no le gusta el fútbol se va rápido y yo vuelvo a coger el balón con la mano e intentar meter gol.
Como estoy aprendiendo, a veces me pasa que no sé muy bien en qué portería tengo que meter gol. A mí me da igual una que otra, pero esto a Martín le enfada mucho. Y me quita la pelota y me manda a ver a los perros, pero como yo quiero jugar al fútbol meto gol donde me parece y digo:
– ¡Gooooooool!
Y si no es gol, pues me pego otra vez con mi hermano porque yo quiero meter gol y él no me deja. Y otra vez, viene mi tío y dice:
– No se pega. ¡Tarjeta!
Y Martín dice:
– ¡Roja!
Y mi mamá dice:
– ¡Expulsado y castigado!
Mi mamá ha vuelto a aparecer como por arte de magia.
Expulsado significa que te tienes que ir al banquillo, que es el escalón para entrar en casa de la abuela, pero por la puerta de atrás. Expulsado también significa que te tienes que quedar aquí sin moverte hasta que se acabe el partido.
A mí el banquillo me aburre mucho, así que empiezo a decir que tengo hambre, sed o que quiero ir al teleclub o a la plaza, o al columpio. Y en cuanto puedo, me voy donde sea. Total, mi mamá siempre sabe donde estoy.
]]>Sabes perfectamente que no puedo perdonarte porque sé que no te arrepientes y que lo hiciste porque ella te lo pidió. Pero yo… yo no puedo absolverte.
Ella, como tú, también estuvo aquí, no sé si lo sabes, si te lo dijo o no. Arrodillada, pese a no creer en nada, en el mismo sitio donde tu estás ahora. No vino a hablar de ella, no me pidió que la perdonase. Vino por ti, porque sabía perfectamente que tú vendrías a confesarte. No sé si debo contártelo, aunque sé que no la estoy traicionando. Sabía que tú vendrías después de que todo pasase, sabía que no podrías cargar con la culpa y sabía que, aun así, no te ibas a echar atrás. Nunca dudó de tu amor. Ese día lloró tanto como estás llorando tú ahora.
Me pides que te absuelva y no puedo. Lo siento. Lo he vivido todo como tú, en primera persona. He llegado a cuestionarme muchas cosas. Me habéis hecho plantearme… hasta mi propia vocación. He sufrido mucho viendo cómo sufriáis y he intentado ayudaros a tomar las mejores decisiones, las que nuestro señor nos dejó, pero a vosotros, o mejor dicho a ella, no le sirvió ninguna.
Recuerdo la cena en la que me contasteis lo de su enfermedad. Recuerdo el abatimiento, la pena y las lágrimas. Hubo un silencio muy pesado que rompió ella. Entre sollozos, pero con mucha calma, empezó a contar cómo quería morir: cuando ya no pudiese moverse y su cabeza empezara a dar signos de demencia, tú la ayudarías. Todo estaba hablado, incluso ella lo había dejado por escrito, como si fuera su testamento, y me dio una copia.
– No puedes decirme todo esto y darme un papel… -le dije gritando-. Quiero ayudarte, quiero estar contigo, quiero que cuentes conmigo para lo que quieras, pero por Dios, no para esto. Quiero oírte, consolarte, quererte, quiero ayudarte. No sé cómo has convencido a tu marido para que sea partícipe de esto, pero yo no. Y sabes que te quiero. Sin mamá, ya solo me quedas tú. Tú y nuestro Señor.
– Sin mamá, yo solo os tengo a los dos: a ti y a mi marido. Yo no tengo a Dios, nunca estuvo conmigo, ni siquiera cuando la vida me sonreía. Solo te pido que me acompañes, y que acompañes a Esteban cuando todo esto acabe por convertirse en realidad. Esteban, como tú, y al contrario que yo, necesitará de tu Dios para salir adelante.
Después de esta cena hubo más cenas. A veces hablábamos del tema, otras veces hacíamos como que no pasaba nada, como que no hubiera enfermedad; nos hablábamos de las cosas que habíamos hecho durante la semana, de la gente del pueblo, de tus compañeros de trabajo, de mis feligreses, de la cosecha o de las vacas… En alguna bebimos más de la cuenta y no pude dar misa al día siguiente. Creo que algunas parroquianas no me lo han perdonado, y me han críado una fama de borracho que no me merezco.
Ahora… ahora ya ha pasado un tiempo. Ella ya no sufre, ya descansa. Pero tú no te quitas de encima la sensación de culpa. Haberla ayudado a morir te quema, y no encuentras consuelo ni por una cosa ni por la otra. Como tú, yo tampoco encuentro consuelo, pero a diferencia de ti, yo me siento culpable por no haber estado contigo y con ella en ese momento, por no haber sido capaz de acompañaros y por no poder concederte ahora mismo la bendición y el perdón que te has ganado. No puedo perdonarte, aun sabiendo que eres un buen hombre, un gran hombre.
]]>Fuera de casa tampoco encontró mucho. Lo más cercano a un pariente que conoció fue la vecina del primero: aquella anciana que olía continuamente a pis con la que su madre le había dejado tantas veces.
Él siempre preguntó por su padre. Aprendió a decir papá antes que mamá, desde su sillita llamaba papá a cualquier chico o señor que veía por la calle, en la guardería todos los papás de sus compañeros eran su papá, en el colegio rezaba para que su padre le viniera a buscar o se presentara en alguna de las funciones de navidad. Siempre pensó que su padre le enseñaría a andar en bici, pero fue su madre quien le empujó desde el sillín diciéndole que mirara hacia delante y diese pedales. Y fue su madre también quien le llevó por primera vez al cine a ver una película de coches.
Con su madre siempre trabajando y la anciana cada vez más mayor… tuvo que aceptar responsabilidades: aprendió a volver del colegio, a cruzar las calles mirando a un lado y a otro, a calentarse la comida y comer solo, a recoger su ropa, a poner la lavadora y la secadora y fregar los cacharros. Siempre pensó que estas cosas tan comunes en su vida eran más bien cosas de chicas que su padre no hubiese permitido que él hiciera.
Aprendió también a arreglarse los pinchazos de la bicicleta, a colgar cuadros, a arreglar la cisterna del baño, a poner silicona en los cristales, a reparar la cerradura de la puerta… ¡Cosas más de hombres que su padre sin duda le hubiese enseñado!
Cuidaba del jardín, aunque estaba convencido de que su padre hubiese cambiado rosales, geranios y lilares por lechugas, cebollas y perales. Pero su madre prefería antes las flores y él se vio obligado a cuidar de ellas con desgana, desamor y aburrimiento.
Tener un perro, como para cualquier chico, se convirtió en objeto de deseo. Y lloró cuando su madre le dijo que ella no podría ocuparse del animal y que él tenía demasiadas responsabilidades y horarios que cumplir. A cambio, le dejó apuntarse al equipo de futbol del colegio. Sin embargo, sabía de sobra que su padre le hubiese comprado el perro más fiero y poderoso que hubiera encontrado.
Y así creció, hasta que un día, después de volver de los entrenamientos, se encontró un señor cocinando en su casa. Su madre les presentó y él se sintió como un invitado en su propia casa. Aquel señor empezó a venir cada vez más por casa y a ocuparse cada vez más de su madre y de su hogar. Y aunque aquel señor fue liberándole de responsabilidades, también fue separándole de lo único que había sido siempre suyo.
Y fue entonces cuando se compró aquel manual de jardinería donde venían los nombres de todas las flores, y que él, con suma avidez se aprendió en una tarde. Y buscó en Internet qué cuidados necesitaba cada planta, cada hierba, cada flor: cuánta agua, cuánta luz, cuánta tierra, cuánto espacio… Empezó a hablar a las plantas, a mimarlas, a quererlas. Llenó la casa de plantas aromáticas que desprendían envolventes fragancias y de flores vistosas que dieron color y luminosidad. Cultivó hierbas con las que espolvoreó los platos que aprendió a cocinar.
Y desde entonces nunca más quiso convertir el jardín en huerto.
]]>A mí no me gusta desayunar. Yo cuando me levanto quiero jugar o ver a Bob Esponja. Pero mi mamá y, cuando no está ella, mi papá me obligan a desayunar. Yo me hago el remolón: pido leche, luego no quiero leche, que quiero yogur, que yogur no, natillas, natillas no, mejor un batido, que me hagas tostadas, que no quiero tostadas, que quiero un quesito, que no quiero el quesito, que quiero la leche, pero con colacao. Y después es cuando digo:
– No lo quiero porque está frío. -Esta es mi frase favorita-.
Y entonces, es cuando se enfadan de verdad.
Pues ayer resultó que se enfadaron de verdad. Me castigaron a estar sentado en la silla sin moverme hasta que me bebiera el vaso de leche. Y eso sucedió mucho, mucho, mucho, mucho tiempo después.
¿Que qué hice ese tiempo? Uf, lo primero que se me ocurrió fue mirarme los pies. Me quité las zapatillas, los calcetines y me vi los pies, los dedos y las uñas. Me olí los pies porque me acordé de que mi mamá siempre me dice que me huelen muy mal los pies para lo pequeño que soy. Y resultó que era verdad:
-Que asco –dije.
Moví los dedos. Cuesta un poco pero es divertido. Luego me di cuenta de que tenía algo negro. Me limpié entre los dedos con los dedos de la mano. Tenía mucha mierda. Mi tía me llamó guarro, y yo le dije que no era un guarro y mi tía que sí, y yo que no, y así empecé una conversación con mi tía que me entretuvo un rato.
Luego puse el calcetín encima de la mesa y la abuela me dijo que los calcetines sucios no se ponen encima de la mesa. Yo le dije que olía mal y la abuela dijo que por eso no se ponen encima de la mesa en la que estás desayunando. Me dijo que yo era un guarro y yo le dije que no, pero ella me dijo que sí. ¡Vamos lo mismo que con mi tía Rebe! Al final, los quise llevar a la lavadora pero mi mamá, que me estaba espiando me dijo que ni se me ocurriera bajarme de la silla. Así que tuvo que llevar ella los calcetines a la lavadora.
Ya me estaba empezando a aburrir de los pies, de los dedos y de los calcetines cuando se me ocurrió quitarme el pijama y jugar con las patas del pantalón. Entonces, vi que no me había quitado el pañal de la noche. Se lo dije a mi mamá, pero me contestó que lo primero era beberse la leche, y luego quitarse el pañal. Así que me tuve que quedar otra vez en la silla.
Menos mal que mi tío David, que siempre se levanta más tarde, vino a desayunar. Le dije a David que no quería la leche, pero me dijo que tenía que bebérmela. Me dijo que si no desayunaba, no me iba a llevar a ver al dragón que sale por la noche. Mi mamá Marta dice que no hay dragones, pero mi tío le ha visto e incluso sabe cuándo sale de su cueva y se le puede ver. Siempre me dice que me va a llevar a verlo, pero nunca me lleva. Le dije a mi tío que si podíamos dar la leche al dragón pero mi tío dijo que los dragones no toman leche. Entonces dije:
– Yo quiero ser como los dragones. ¿Qué comen los dragones?
Entonces mi mamá volvió a aparecer en la cocina y le explicó a mi tío que yo estaba castigado, y que no podía moverme de la silla hasta que no me bebiese el colacao. Apareció también mi papá por la cocina y se puso a hablar de fútbol con mi tío, y mi tío ya no me contó nada más de los dragones.
Entonces fue cuando de verdad empecé a aburrirme, y ya no se me ocurrían cosas que hacer. Además, Martín no me hacía ni caso porque estaba viendo la tele en la sala y pasaba de mi colacao. Él ya se había bebido el suyo.
Entonces…sonó un pito.
-¡Bien! El panadero. Yo voy.
Salté de la silla, pero papá me dijo que no podía ir a por el pan hasta que no me bebiera la leche. Ya me estaba hartando de tanto ‘bébete la leche’ y ‘no te puedes mover’. Miré a mi abu, pero no me ayudó. Así que empecé a llorar y llorar. Vino mi mamá otra vez. Dijo que ella también se iba a poner a llorar de lo harta que estaba de mi colacao. Y se puso a hacer que lloraba y mi tía la imitó. Parecía que llorábamos todos. Tuve que echarme a reír porque me hacía mucha gracia que todos llorasen conmigo.
¿Qué como terminó todo?… Sí, sí, me tomé el colacao. Bueno, mi mamá me lo dio a cucharadas.
Nunca más voy a pedir colacao para desayunar.
]]>En la cocina, si pierdes el mando tienes que subirte a una silla para cambiar. Si Martín tiene el mando, cuando te estás bajando de la silla ya ha vuelto a cambiar y te tienes que volver a subir, y así una y otra vez. Y claro, en una de estas mi mamá se enfada y nos dice:
– Se acabó la tele. Ni dibujos, ni Bob Esponja, ni nada. A cenar sin tele.
Y así comienzan las cenas aburridas sin dibujos, y con mamá repitiendo que te lo comas todo, que te estés quieto, que te sientes bien, que mastiques, que no se habla con la boca llena, que te calles un rato, que no tires el agua, que te limpies los morros, que no te levantes de la silla, que dejes en paz a Martín… Aunque mi mamá diga que tenemos las cenas muy entretenidas, a mí no me lo parece.
En la sala, si pierdo el mando no necesito subirme a ningún sitio porque llego a la tele. Puedo cambiar sin subirme a la silla, así que si Martín cambia con el mando yo cambio con los botones de la tele. Y Martín vuelve a cambiar y yo cambio, y Martín cambia y yo pongo a Bob Esponja, y así mucho rato. Y en estas andábamos cuando la tele se cayó, casi dio a Martín, e hizo un agujero en el suelo del salón.
¡¡¡Puff!!! La que se lió. Fue como en las películas, todo pasó muy rápido: Martín no dejaba de llorar, mi papá vino corriendo porque oyó el ruido, se puso a chillar y a reñirme (¡esta vez estaba de verdad enfadado!), que si no puedo estar quieto ni un momento, que si mira la que has liado, que si has hecho daño a Martín, que si has estropeado la tele y el suelo, que si va a subir la vecina de abajo, que si estás castigado, que sin tele durante un mes… Martín, llorando llamó a mamá por teléfono porque mamá estaba trabajando, y mi mamá salió del trabajo… para venir a reñirme más.
Yo le dije a mi mamá que no se preocupara, que podíamos llamar a un señor para que lo arreglara todo. A mamá no le gustó nada que aportara ideas.
Ahora tenemos tele nueva. Dice mi mamá que ya no hacen cosas como las de antes y tiene razón. La tele nueva ya no es como la otra. La de antes era gorda. Mi mamá decía que la de antes tenía culo y la de ahora no, aunque yo a la tele de antes nunca le vi el culo.
Mi mamá y mi papá me han repetido veintitrescincuentaytres veces que la tele nueva no se toca. Dicen que no puedo acercarme a ella, que como mínimo tengo que estar a veinte metros pero yo no entiendo de metros, y solo sé lo que es lejos y lo que es cerca. Mi papá dice que va a tener que atar la tele a la pared. Será que la tele nueva tiene patas y la de antes, la que tenía culo, no tenía patas.
Martín apoya a papá en este tema. Dice que soy capaz de tirar la tele otra vez. (Es que Martín dice que la tele la tiré yo porque él no quería cambiar de canal).
]]>Esto no siempre ha sido así. Durante mucho tiempo, fui un gallina. Al principio, cuando me preguntaban que qué era Yago en la piscina yo decía que un gallina, pero lo decía muy, muy bajito para que no me oyera nadie. Sin embargo, mis papás lo decían alto y a mí me daba un poco de rabia, pero con el tiempo lo fui asumiendo y cuando me lo preguntaban decía muy alto, bailando, saltando y moviendo los brazos que un gallina en la piscina.
Aunque mi papá diga que no, hace mucho tiempo que sé nadar: nado en el suelo de la cocina, en la alfombra de la sala de la abuela, encima de la cama de mis tíos, cuando voy andando al parque… Para nadar aquí solo tienes que mover los brazos muy deprisa para delante y para detrás y abrir y cerrar la boca como los peces. Y luego mueves los pies. Y así nadas. Puedes nadar para delante o para atrás o dar vueltas.
En la piscina hay que hacer lo mismo, pero a mí no me sale. A veces me bebo el agua (sabe a caca, pero no puedo decirlo así porque me riñe mi papá), otras veces me entra agua en los ojos, la mayoría de las veces me voy al fondo y el agua me cubre toda la cabeza. En estos casos, amigos, lo mejor es llorar, llorar fuerte. Es entonces cuando vienen el profe o mi papá y te cogen. Entonces te agarras fuerte a ellos y ya no te sueltas en toda la clase. Así evitas muchos problemas.
Mi papá ahora dice que ya no soy un gallina y lo dice feliz, y creo que hasta orgulloso, aunque a mí me da un poco igual. Ya le he dicho que nos tenemos que sincronizar mejor, que lo dice hasta el profesor de natación: que no puede ser que ahora, que me da igual ser un gallina, voy y deje de serlo.
Lo que pasa es que a papá Dari le ha durado poco la alegría porque mi hermano Martín no ha pasado de curso en natación. El profe le preguntó si quería ir a perfeccionamiento y Martín dijo que no, que él quería seguir nadando con sus amigos (yo hubiera dicho lo mismo), y que si sus amigos no pasaban él se quedaba con ellos. ¡Qué solidario!
Mi papá se ha sentido muy frustrado: no hace más que repetir que por quinta vez Martín sigue en el tercer curso de natación, que no quiere esforzarse, que solo quiere jugar con sus amigos Markel y Manuel, y que no le interesa nada, ni el deporte, ni nada que signifique mejorar. Y que Martín debería tomar como ejemplo a Natalia, que ha pasado a perfeccionamiento.
Ver a mi papá así impresiona mucho, ¡hasta ha llegado a decir que era mejor que Martín no fuese a aprender más! ¡Ya podía decir eso de mí!
Normalmente es mamá la que siempre nos riñe y nos dice que hay que esforzarse y aprender, pero esta vez mi mamá no parece enfadada. Mamá y papá tampoco están sincronizados y el profesor de natación les va a reñir el próximo día que les vea. Mamá no hace más que decirle a papá que si pensaba que sus hijos iban a ir a las olimpiadas.
Entonces no me ha quedado más remedido que preguntarle a papá si voy a ir a las olimpiadas o no. Me ha quedado claro que mi hermano no, pero yo como ya no soy un gallina…
]]>Aquel sicario me enamoró desde el mismo día en el que realizó mi encargo: su seguridad, su saber estar, su sutileza en decir las cosas, su finura en ejecutarlas, su limpieza en los trabajos… Me dejé llevar y llegué a casarme de nuevo. Ese fue mi error.
Él no necesitó un sicario para acabar con mi vida.
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