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Ya llega el verano, y con él, el calor, las terracitas, los pantalones cortos, los helados, la playita, las vacaciones, el tinto (de verano)… Pero para Yago… Para Yago llegan esos terribles bichos que zumban y te sobrevuelan y se posan en cualquier sitio: la cuchara de Martín, el brazo de mamá, el pelo de la abuela, la sopa de papá, la ventana de la cocina… Para Yago llegan… ¡¡¡LAS MOSCAS!!!
Aquel libro que me habían regalado solo tenía una página y además estaba en blanco. O eso me pareció al principio.
Cuentan, y es realidad, que después de setenta y cinco años andas montada en un avión rebosante de ilusión.
Tengo la costumbre de leer el periódico en el ordenador. Cada día leo los titulares y pincho en aquellos que llaman mi atención. Esta vez era un artículo de opinión sobre la hirviente situación de la política española.
Parece que tengo un problema: pronuncio como los chinos. Yo ni siquiera sé quiénes son los chinos, pero pronunciar como ellos trae problemas. Eso piensa mi mamá Marta.
Subí la persiana y entró el sol. Al contrario que antes, me entristeció. Ahora prefería la lluvia.
Se dirige a la jaula de los leones para demostrarle cuánto se equivoca.
Sigue habiendo marquesina, pero ya no hay autobús. El último pasó hace años, sin viajeros, y por eso desapareció. Quedó la marquesina, con su asiento de piedra y sus tres paredes, también de piedra, que solo te dejan mirar hacia delante, ¡qué contradicción!
Mi tía Rebe tiene un cocodrilo. A veces, el cocodrilo duerme y está tranquilo, pero otras veces se enfada, y cuando se enfada abre mucho la boca y te ataca.
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