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El planeta negro

Mi padre aprendió a volar un día de fiesta de agosto. Al igual que Ícaro, aquel día debió de acercarse mucho al sol, aunque no lo suficiente. Sus alas tardaron en derretirse once largos y tristes meses.

Fue entonces cuando descubrimos que existía un planeta misterioso, tan misterioso que no puedo contar nada más acerca de él. Todo lo que sé son meras especulaciones, nada es realidad, aunque pudiera serlo. Nosotros, sus satélites, anduvimos perdidos orbitando alrededor.

Aquel planeta misterioso tenía, entre otras cualidades, la de ser hermético. Los de fuera no pudimos acceder a él. No podré nunca contestar a la pregunta sobre si los de dentro pudieron salir, pero sospecho que no. Jamás tuve esa sensación.

Tan misterioso era el planeta que carecía de ventanas, de puertas, no tenía ni rendijas ni grietas ni mirillas. Era totalmente opaco. Ni siquiera traslúcido. Y, sin embargo, estaba habitado, o mejor, estuvo habitado.

Planeé invadirlo con todas mis fuerzas. Ni siquiera Colón en su conquista de América puso tanto empeño. Estaba firmemente convencida de poder lograr el objetivo. Como si de una contienda militar se tratase, estudié el terreno, analicé la situación, documenté las acciones a llevar a cabo, planeé la estrategia. En los comienzos, me asistía una fuerza que yo creí infinita. Pero fui perdiendo batalla tras batalla, jamás conquisté un palmo de terreno. Noté aparecer en mí los primeros síntomas de debilidad. Mis convicciones flaquearon. Varias veces logré recuperar la ilusión por la lucha, por la conquista, por la victoria, pero nunca fue como al principio.

Mientras tanto, el planeta seguía en la misma oscuridad. No sé si se idearon conquistas, no sé si hubo batallas… No pude saberlo y eso me hizo más débil.

Con la falta de ánimo cundió la desesperación. Llegó la amargura y la impotencia.

La gravedad en el planeta oscuro originaba una fuerza de atracción tal, que todo aquel que orbitaba a su alrededor se veía envuelto en un halo de tristeza, de abatimiento, de desconsuelo. Llegué a pedir a gritos una gran explosión.

Era sábado el día en el que desapareció el astro negro. Mi padre, en su nave nodriza, desapareció con su planeta y eligió el firmamento para seguir volando.

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