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El guardián del bosque

Imagínate un bosque. En él vive Julián, su guardián. Cuida de las plantas, de los árboles y de los animales que habitan en él.

Cada día, muy pronto por la mañana, nuestro guardián se levanta para hacer sus tareas diarias. Todos los días cuenta, por lo menos una vez, todos los árboles del bosque: 100 pinos, 150 abetos y 80 eucaliptos. Los cuenta con atención, mira si crecen, si tienen alguna rama enferma, si tienen algún nido entre sus ramas, si han crecido nuevas hojas, si los pájaros carpinteros han picoteado sus cortezas…

Cierto día cuando acabó de contar, se dio cuenta de que le faltaban 5 abetos.

–Habré contado mal -se dijo-.

Al día siguiente volvió a contar los árboles y contó 90 pinos, 145 abetos y 80 eucaliptos. Extrañado, volvió a pensar que se había vuelto a equivocar.

-No puede ser que me haya equivocado dos días seguidos.

A la mañana siguiente, salió decidido a no equivocarse al contar. Llevaba consigo un papel para ir anotando muesquecitas por cada árbol que fuese contando. Al acabar hizo recuento y el resultado fue: ¡¡¡ 85 pinos, 145 abetos y 80 eucaliptos!!! Esta vez estaba seguro de que no se había equivocado. ¡¡¡Le faltaban árboles!!!

-Tengo que investigar, no es posible que desaparezcan. ¡Un árbol no desaparece así como así! ¿Habrá un ladrón en el bosque?

Al día siguiente, cuando salió a contar los árboles como cada día, se había armado con muchos artilugios que le podían ayudar a investigar: una gran lupa, una cámara de fotos (de esas digitales que, además de fotos, te permiten hacer grabaciones), un bastón acabado en punta para poder escarbar en el suelo y poder descubrir posibles pistas que le llevasen a resolver el enigma de los árboles desaparecidos.

Cuando llevaba un gran rato de duras indagaciones sin ningún resultado, ante él se abrió una explanada que nunca antes había visto: se trataba de un “camino nuevo”, un camino que jamás había visto en el bosque.

-¡Qué raro este camino! No recuerdo que estuviese aquí. ¿Dónde llevará?

Ni corto ni perezoso se aventuró por el recién descubierto camino. Al comenzar a andar observó que en el suelo había unos enormes huecos, con tierras removidas a su alrededor y unas enormes huellas que conducían de un agujero a otro.

Decidió tomar precauciones, creía que estaba cerca de descubrir el gran secreto. El corazón le latía muy fuerte y se sentía con mucho miedo, le tiritaban las piernas y las manos. Decidió seguir de agujero en agujero hasta llegar al último. Pensó que en este último hallaría la pista definitiva, pero no encontró nada alrededor.

Se le había hecho muy tarde. Tenía que volver y no podía seguir contando, pero estaba convencido de que aquellos agujeros en el suelo tenían una razón. De pronto se dio cuenta de que aquellos profundos hoyos podían haber contenido las raíces de los árboles que le faltaban últimamente en sus recuentos. -¡¡¡Eso es!!! Alguien está arrancando árboles y estos son los huecos que quedan.

Ya en su casa, nuestro guardián del bosque no pudo dormir pensando en el extraño camino nuevo que había descubierto. Tomó la decisión de descubrir, costase lo que costase, el misterio y para ello, acamparía al lado del último de los agujeros.

Y eso hizo al día siguiente. Montó su tienda de campaña en la nueva explanada y espero durante horas a que algo sucediera. Cansado por no haber dormido en varias noches, en medio de una inmensa paz, un olor a naturaleza y el fresquito, se quedó profundamente dormido y solo despertó cuando, de repente, un ruido estruendoso que no pudo identificar irrumpió en su tienda. Salió temeroso y vio una monstruosa máquina tirando con toda su fuerza de un altísimo eucalipto. Rodeando la máquina había un montón de hombres vestidos de verde armados con enormes sierras eléctricas que esperaban a que el árbol cayese para, todos a una, empezar a cortar ramas haciendo un ruido estruendoso que hizo que Julián inmediatamente se tapase los oídos. Desde ese mismo momento nuestro guardián del bosque supo que tenía que parar a aquellos hombres. Y eso hizo. Se interpuso entre los hombres y el árbol caído. Los hombres de verde, extrañados por su actitud, pararon inmediatamente.

Julián les increpó:

-Sois ladrones de árboles, los arrancáis con sus raíces para convertirlos en leña, estáis destruyendo el bosque, ¡sois unos insensatos! ¿qué daño os han hecho estos eucaliptos?

Los hombres de verde se miraron entre sí. Uno de ello dirigiéndose a Julián dijo:

-No arrancamos los árboles porque sí, existe una razón. Los árboles no nos han hecho daño, todo lo contrario: nos dan vida. Tratamos de cuidar el bosque, de protegerlo. Es verdad que estamos arrancando árboles, pero los sacrificamos en favor del bosque. Nuestro trabajo consiste en hacer un cortafuegos. Ya ves, es una especie de camino que dejaremos limpio, sin maleza, únicamente tierra. Si alguna vez este bosque sufre un incendio, el camino servirá para que el fuego no pase de un lado al otro.

Julián no supo que decir, pero pensó que aquel hombre tenía razón.

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