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Ya llega el verano, y con él, el calor, las terracitas, los pantalones cortos, los helados, la playita, las vacaciones, el tinto (de verano)… Pero para Yago… Para Yago llegan esos terribles bichos que zumban y te sobrevuelan y se posan en cualquier sitio: la cuchara de Martín, el brazo de mamá, el pelo de la abuela, la sopa de papá, la ventana de la cocina… Para Yago llegan… ¡¡¡LAS MOSCAS!!!
Parece que tengo un problema: pronuncio como los chinos. Yo ni siquiera sé quiénes son los chinos, pero pronunciar como ellos trae problemas. Eso piensa mi mamá Marta.
Mi tía Rebe tiene un cocodrilo. A veces, el cocodrilo duerme y está tranquilo, pero otras veces se enfada, y cuando se enfada abre mucho la boca y te ataca.
Me gustan mucho los botones del ascensor. Cuando estoy fuera siempre doy al botón de llamada. Es como si una fuerza externa me dijera: “Yago, da al botón”, y lo yo doy.
El coche de policía fue encontrado dentro de la piscina del lujoso chalé que había al lado del parque. La verja había sido forzada y algunos árboles aparecían tumbados. Los peces del estanque que había al lado de la piscina aparecieron fuera del agua.
¡¡¡Uff!!! Menudo temita.
Un día, así sin más, mi madre se olvidó de ponerme el pañal. Este fue el principio de un largo calvario que nos enfrenta a los dos. Y lo peor es que Martín y mi padre están de su parte. ¡Los hombres somos lo peor, ya no nos unimos ni para estas cosas!
Un buen día mis papás me echaron de su habitación. Siempre me he preguntado qué es lo que hice para que se enfadaran tanto: quizá fuera que tiraba de las cortinas o de las sábanas, que me salía de la cuna, que roncaba, que saltaba en el colchón, que…
En la guarde nos han enseñado un juego. Se trata de distinguir tres colores: azul (dicho: «atul»), rojo (dicho: «ojo») y amarillo (dicho: «marillo»).
La primera palabra del lenguaje adulto que dije fue calcetín. Nada de papá, mamá, tato o abu, yo quería ser original y aprendí calcetín, pero dicho así: «calcetíiiin».
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